lunes, 10 de septiembre de 2007

Paranoia Gris

Una tarde rumiante de pleno invierno de Lima se me ocurrió que la vida a veces no vale nada. Si la cama está tibia solo de tu lado, si el teléfono no suena (o sí lo hace y la que llama es una operadora de telefónica recordándote el dinero que les debes), o si no hay en la refri un plato de comida que tu madre haya preparado. Vivir solo es una gran cosa, pero no es "la gran cosa". Lo digo con la experiencia necesaria. Vivir solo en Lima es un ejercicio nostálgico, una lucha constante contra los deseos suicidas, un reto contínuo a la imaginación. La vida no puede ser esos edificios grises, esas gentes grises, esos trabajos grises, esos comedores grises, esa paranoia gris, ¿verdad? O, puede ser, pero no serlo todo. Vivir en la capital de un país enclavado en una región del mundo cuya trascendencia se hace cada vez más diminuta es, racionalmente, desmoralizador. Aún así uno a veces siente los deseos y la necesidad de expresarse, de "romperle la cabeza al mono" como pide Cortázar. Así ese esfuerzo sea análogo al del niño que balbucea una opinión en medio de una reunión de adultos que no le prestan la menor atención. El gusto está en decir las cosas, no en que las oigan, porque además, nadie está obligado a prestarnos atención. ¿De qué pretendo hablar? Ni yo mismo lo sé. Creo que preriodícamente "colgaré" algo, y esperaré de buena gana a que alguien, alguna vez, replique si tiene el tiempo y la buena voluntad. Como hace el Juan Pablo Castel de El Túnel, diré que "el que quiera leerme, que lo haga, el que no, es libre de irse ahora mismo". No hay soberbia en esa postura -además, en mi caso ¿soberbia de qué?-, sólo un respeto por la libertad individual de cada quien. Claro, en el fondo aspiro a que lean lo que escriba; soy humano después de todo y la vanidad no me es ajena. Les dejo el trabajo de tomarme en cuenta o ignorarme. Creo que ambas cosas son fáciles.

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